JUEVES
OCTUBRE
24
Hace días que la fiebre compradora se agotó, lo que dio paso a otra fiebre vendedora. Algunos profesionales financieros pensaron que tal vez fuera más rentable invertir en otros activos fuera de la Bolsa, por lo que empezaron a vender sus activos bursátiles. Se inició un fuerte movimiento vendedor.
El día anterior, miércoles 23 de octubre, se vendieron seis millones de acciones, a precios cada vez menores. Se conocieron momentos de ansiedad y temor, pero el hecho de que fuera una jornada en medio de tantas buenas, apenas tuvo impacto ese mismo día.
El jueves, se vendieron 12,9 millones de acciones (siendo el volumen normal de 2-3 millones). El pánico invadió el edificio y la policía incluso llegó a cerrar la galería de visitantes. Circulaban rumores de que algunos especuladores se habían suicidado, y que acontecimientos similares se registraban en las bolsas de Chicago, Boston, Filadelfia, San Francisco y Los Ángeles. Se llegaban a ofrecer paquetes de acciones a un tercio de su valor, sin encontrar comprador.
Durante el mediodía, una reunión de urgencia fue convocada en la oficina de Thomas W. Lamont, de Morgan & Co. Cinco banqueros asistieron, entre ellos Charles Mitchell, del National City Bank; Albert H. Wiggin, del Chase National Bank, y Seward Prosser, del Bankkers. Entre ellos totalizaban unos recursos de 6.000 millones de dólares.
Horas más tarde, hacía las 4.30 de la tarde, y cuando la fiebre del mercado parecía ya incontenible, los reunidos se trasladaron a la sede central del Federal Reserve Board, de Nueva York, una de las siete filiales del banco central norteamericano. Cada uno de los asistentes, en representación de su institución, acordó inyectar cuarenta millones de dólares en el mercado para rescatar las cotizaciones e impedir la repetición del colapso que parecía amenazar a todos ellos y a la propia estabilidad del mercado. El anuncio fue hecho por Richard Whitney, uno de los vicepresidentes del Morgan, que llegó hasta la misma sala de la Bolsa y pujó por la compra de 25.000 acciones de US Steel. El mercado pegó un estirón hacia arriba, pero insuficiente.
Al acabar la jornada del jueves, Wall Street valía un 12% menos.
Esa misma tarde los banqueros volvieron a juntarse con objeto de preparar una estrategia común ante lo que pudiese ocurrir al día siguiente. En esta ocasión acudieron treinta y cinco miembros de la Bolsa, que sumaban cerca del 70 por ciento de las operaciones de Wall Street. La conclusión a la que llegaron fue que había sido desde luego una mala jornada, que no se repetiría y acordaron que entre todos debían procurar calmar los ánimos de sus clientes y disipar los temores. También acordaron insertar una página completa en el New York Times recomendando al público comprar acciones en la Bolsa.