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Groucho Marx, accionista, nos cuenta su experiencia

 

Un accionista común de Wall Street, el cual muestra la realidad de lo que se ha vivido estos días. Los sueños que tenía de ser millonario han sido apagados por la crisis inminente.

 

Hacia 1926 descubrí ser un negociante muy astuto. O al menos eso parecía, porque todo lo que compraba inmediatamente aumentaba de valor. ¿Asesor financiero? ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del tablero y tu acción empezaba a subir. Nunca obtuve beneficios. Era absurdo vender una acción cuando se sabía que dentro de un año doblaría o triplicaría su valor.”

 

“El mercado siguió subiendo y subiendo. El productor teatral Max Gordon me informaba cada día de cómo iban las acciones: siempre “arriba, arriba, arriba”. (…) Un día le pregunté: “Max, ¿cuánto tiempo durará esto?” Utilizando una frase de Al Jolson, Max repuso: “Hermano, ¡todavía no has visto nada!” (…) Pero el mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero al igual que el resto de primos, era avaricioso.  Entonces empecé a pasarme las mañanas en el despacho de un agente de Broadway, contemplando un gran mural lleno de signos ininteligibles. De vez en cuando el mercado flaqueaba, pero pronto se liberaba de la resistencia de los prudentes y los sensatos, y proseguía su inacabable ascensión.”

 

 

“Un día, el mercado vaciló de verdad. Y al empezar el pánico por la catástrofe que se cernía sobre nosotros, todo el mundo quiso vender. Los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Desdichadamente, todavía me quedaba dinero en el banco, así que empecé a firmar cheques de manera febril para cubrir las garantías que estaban desapareciendo.”

 

“Luego, un martes espectacular, Wall Street tiró la toalla. Se derrumbó. Todo el país lloraba. Algunos conocidos perdieron millones. Yo tuve suerte; sólo perdí 240.000 dólares (lo equivalente a 120 semanas de trabajo con mi sueldo de aquella época). El día del hundimiento, Max Gordon me telefoneó para decirme: “Amigo, ¡la broma ha terminado!” No tuve tiempo de contestar. El teléfono se quedó mudo. Se había suicidado.”

 

“En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado, me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación (…) El ir al desahucio financiero no constituyó una pérdida total. A cambio de mis doscientos cuarenta mil dólares obtuve un insomnio galopante, y en mi círculo social el desvelamiento empezó a sustituir al mercado de valores como principal tema de conversación.”

 

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